No
quieras que nunca un escritor entre en tu vida. No dejes que se enamoren de ti.
Y mucho menos, no dejes que escriban sobre ti. Les harás daño.
Piensan más de
lo que imaginan. Y de lo que imaginas. Piensan más que actúan. Piensan más que
hablan. Y escriben más que piensan, imagínate.
Corrimos todo el Paseo de Lluis
Companys hasta llegar al semáforo que nos paró antes de alcanzar el Parque de
Ciutadela. Me detuve. Nos detuvimos. Sofocados. La respiración iba casi tan
deprisa como cuando te revolucionabas en la cama, aunque esa mirada era algo conocida, era la misma que fulminaba mi alma por las noches. No sabía si querías
matarme o darme un beso. Pero el rojo se adelantó en dar el beso al verde y
pudimos pasar sin distraernos, me quisiste dejar con las ganas.
El césped no
nos invitó a sentarnos, estaba recién duchado. La noche había dejado unas
lágrimas que el sol de hoy le había permitido hacérnoslas ver. No quisimos
buscar ningún porqué. Las palomas realzaban el vuelo cada medio minuto. No creo
que seamos nosotros los que las asustábamos. Se despejó un banco, enfrente del
lago. Fue el elegido. Te quitaste las gafas con cautela, haciendo notar que
significaba algo. Entré en el juego del cual tú decidiste empezar. Sin pensar
las cosas antes de actuar, raro de un escritor. Haciendo caso a los “Déjate llevar” de aquellos
íntimos que más conocían nuestra relación. Te acercaste y brillé. Me diste algún beso, suave, mientras susurrabas estupideces y palabras usuales de ti, aquellas que siempre
escucho pero nunca tomo en serio. El borde del banco empezaba a temblar cuando
un loro nos visitó, con un plumaje denso y bonito, verde y amarillo. Haciendo
un espacio íntimo un poco más sociable. Nos dio que hablar, el loro no se
llevaba muy bien con las palomas, nos prefirió a nosotros. Hasta nos posó para
alguna foto. El tiempo trascurría sin apenas darnos cuenta. El reflejo del Parque
en el lago es de aquellos cuadros sin imperfecciones. Las barquitas causaron un
toque especial. Un golpe de aire nos hizo levantarnos de aquel
banco. Rodeamos el lago, no recuerdo si me cogiste la mano pero estabas
algo juguetón. Me explicabas las mil historietas que tienes en este Parque. Apenas
recordarás este momento, pensé.
Parados en el semáforo que nos llevaba
a la estación de tren de Arco de Triunfo. Tú de espaldas al rojo, yo mirándote de
la manera que los semáforos quieren saber. Me acerqué, esperando que el beso
que le dio el rojo al verde volviese a suceder, pero invirtiendo los roles. Escuché esa carcajada tonta tuya, al ver que esta vez las ganas te las dejé yo a ti. Cruzamos el
paso de cebra, con el ticket en la mano. Aún quedaban algunos minutos para que
llegara el tren. Afortunados, pensé. O como siempre dices, suerte y fortuna.
En el andén ya esperando, apoyada con el pie en la pared, me rodeaste con los brazos, me miraste y me diste el beso que el semáforo se había quedado.
En el andén ya esperando, apoyada con el pie en la pared, me rodeaste con los brazos, me miraste y me diste el beso que el semáforo se había quedado.